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TRAS LA ESTELA DE EROS, RELATOS PARA PALPITAR.
27 martes Ene 2015
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TRAS LA ESTELA DE EROS, RELATOS PARA PALPITAR.
12 sábado Abr 2014
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Erótico, erotismo, lectura erótica, literatura erótica, poesía erótica
Poesía erótica ganadora (3º) del primer encuentro de Poesía erótica #Poerotic.
«Entera te quiero» by @KiriosLine_
Entera te quiero, Musa,
cama transmutada
silueta,
almohada,
orillas bordadas
riberas ardientes
carne en llamas
boca, escafandra,
brazos con alas.
Musa, te quiero entera
porque eres mi cielo
y yo soy tu Poeta.
Te quiero entera
arco, saeta
tifón, mar, viento,
a veces infierno,
comezón, ardor
fuego,
llama, pasión;
tu Poeta soy yo,
me quemas entero.
Por eso te quiero, Musa,
te quiero entera;
entera te quiero,
escaramuza, celos
verbo, adverbio, letra,
pantaleta, silencio,
humedad, pelos,
sudor, olor, color
de trufa, Musa,
trofeo
para un Poeta
que te quiere entera
y a quien tú quieres entero.
Toda la información sobre el I Encuentro de Poesía erótica #Poerotic, organizado por Alix Pantelix
30 domingo Mar 2014
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La sensual Janet Leigh en Sed de mal (Orson Welles, 1958).
Sonó el teléfono y, aunque estaba acostumbrada a llamadas de todo tipo, aquel día era tarde y me cogiste con la guardia baja. No te conocía, jamás había hablado contigo ni tan siquiera sabía tu nombre.
Pero la magia de tu voz me rodeó como halo de sensualidad difuminada y yo me quedé dentro, esperando deshacerme en aquella penumbra que me hizo temblar. Tu voz era profunda y ardiente; era, grave, sonora… cálida y embriagadora; penetrante como el rugir de trueno lejano, que se escucha bajo el confort de las mantas en una noche de tormenta.
No supe muy bien qué decir, solo sabía que no quería que dejaras de susurrarme al oído, de acariciarme la oreja con tu aliento húmedo, de meterte dentro de mi por el conducto auditivo. Continuaste hablando. No te entendía, solo escuchaba el torrente de agua tibia que salía de tu garganta como oleaje sereno. Seguías diciéndome algo, ¿qué más daba mientras continuara el hechizo?, mis sentidos estaban atentos a todas las sensaciones físicas que me causaba tu conversación insaciable.
Sin ser muy consciente de ello, una de mis manos se deslizó bajo la falda y…
…
Puedes leer este relato completo en TRAS LA ESTELA DE EROS. Una recopilación de mis relatos más eróticos y sensuales que te harán palpitar.
21 viernes Mar 2014
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Relato de Erica Jade
Medio desnuda. Sólo mi quimono corto de seda, el que tanto me gusta llevar en casa, y un pequeño tanga me cubren. Satisfecha. Saciada. Con una sonrisa de oreja a oreja porque aún le tengo en casa, y aunque cansado, sé que todavía está listo para algo más de este juego delicioso al que hemos estado jugando las últimas cuatro horas. Ha llegado después de semanas sin vernos con su misma actitud de siempre, pagado de sí mismo y con esa media sonrisa con la que parece estar guardando un secreto, algo que sólo él decide cuándo mostrar. Siempre me recuerda a un niño juguetón y codicioso que guarda su chocolatina favorita para decidir quién se merece compartirla.
Lo he dejado en la cama ronroneando, sin querer levantarse, perezoso, estirándose como un gato, y yo he puesto música tranquila que me resulta muy sensual y con la que a cada suave movimiento de mi cuerpo la seda me acaricia. Estoy preparando un batido de frutas que nos reponga del esfuerzo, pero mis sentidos están tan alerta que me olvido de lo que escucho sintiendo resbalar el zumo de los kiwis que tengo en las manos. Empiezo a cortar en pedacitos, despacio, para alargar la sensación del líquido resbalando entre mis dedos. Noto sus brazos alrededor de mi cintura y por encima de mi hombro le siento mirar lo que hago, cómo juego tocando la fruta y los regueros del zumo se deslizan bañando mi mano con riachuelos verdes.
El sentirlo pegado a mí me llena de nuevo de esas emociones de las que mi cuerpo sigue bebiendo y disfrutando. La espera fue tan larga que la vibración corporal no termina de decrecer, se mantiene a un nivel que no somos capaces de disimular. Siento sus manos en mis caderas y su boca en mi cuello, intentando imitar con la lengua el efecto del zumo de la fruta en mis manos. Mi respiración se altera y siento mi boca abrirse, casi pidiendo en voz alta mientras cojo la sandía que tengo preparada. El zumo es rojo ahora, noto el líquido entre mis dedos, de nuevo, a la que vez que siento los suyos aflojando un poco el lazo y abriendo lo único que me cubre. Sus brazos me rodean de nuevo, pero esta vez cada una de sus manos se aventura hasta uno de mis pechos. Se posan, acarician, masajean, pellizcan y por un momento dejo mi tarea, me dejo caer sobre él apenas lo suficiente para volver a concentrarme en sentirle.
Se pega a mí y me giro buscando su boca. Vuelve a regalarme sus besos mordisqueando los labios y jugando un poco con su lengua. Aprovecho que está zalamero para jugar un poco con la fruta que tengo en las manos y meto un trocito de sandía entre nuestros labios. Los dos mordemos, hasta chupamos un poco intentando evitar el desperdicio del zumo pero no es posible y la risa se mezcla con las lenguas y la sandía. Me gira del todo y decide disfrutar del trozo de fruta que aún sostengo, aunque no sabría decir si en ese instante le gusta más la fruta o mi mano pues va lamiendo mis dedos, sujetándolos, mientras va deshaciendo la fruta en su boca y su lengua se encarga de limpiarme despacito, saboreando cada pequeña parcela de piel. Me ha buscado la mirada, esa mirada que me suele hipnotizar, con la que siempre consigue ponerme algo nerviosa, y que me reta esta vez.
16 domingo Mar 2014
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Siempre me ha gustado el traqueteo del tren. Ese movimiento rítmico que se mete en el cuerpo y te acuna desde dentro. Me encanta apoyar la cabeza en la ventana y ver el mundo pasar, como si fuera el resto lo que se mueve, mientras tú permaneces inmóvil. Cuando viajo – especialmente en tren – mi mente también se desplaza para mostrarme nuevas historias que escribir.
Ese día se me mostró una muy clara y, por supuesto, me mojé. Había visto a un muchacho, bastante más joven que yo, esperando frente a mi a que llegara el tren. Era alto y fuerte, tenía pinta de deportista de gimnasio. Vestía de gris, ropas cómodas de algodón, y escuchaba música. Me miraba de reojo. Yo leía haciendo caso omiso, pero su boca de princesa de cuento, sonrosada, brillante y ávida, me llamó la atención.
Lo desnudé con la imaginación y pensé en lo mucho que podría enseñarle a ese yogurin, potente y sediento de sexo, las delicias que había aprendido en mis viajes exóticos. Puedo oler la testosterona a kilómetros y ese chico la destilaba.
Allí, apoyada en la ventana del vagón cuatro, mi mente volvió a su cuerpo, a desnudarlo con parsimonia, a recorrer con mis manos blancas la musculatura de su espalda; con mi lengua su oreja; con mis labios su príapo duro como madera joven. Mi imaginación se quedó allí, arrodillada frente a él, agarrando con las uñas su trasero y apretándolo como masa compacta, atrayendo hacia la profundidad de mi boca su carne endurecida. Succioné con fuerza, él se dejaba hacer – faltaría más, era mi ensoñación, – y se lamía los labios mientras sus ojos se cerraban mostrándome un gesto de placer absoluto.
Cuando noté que me estallaría paré, pretendía torturarlo, dejarle indefenso ante el placer inminente que no llegaría, no en ese momento. Pero no soy tan mala. Lo senté de un empujón en el asiento del tren. Me subí la falda hasta la las caderas y me desprendí del tanga negro, apenas una tira de tela y caro encaje.
Me senté sobre él dándole la espalda. Él introdujo sus manos grandes, de dedos gruesos bajo mi blusa y me acarició los pechos abundantes y pesados. Me pellizcó los pezones mientras restregaba mis pétalos húmedos contra la longitud de su tallo sin tenerlo aún dentro.
Sus manos abandonaron el escote y marcharon a la cintura, en la que se agarraron fuerte para elevarme como si no pesara nada. Con gran maestría me volvió a bajar sobre sí, encajando a la perfección su erección con mi hueco de los deseos. Me dejó caer y la gravedad hizo el resto. Un frenesí loco se apoderó de mí, que empecé a saltar sin mesura ni prudencia, sobre su órgano más potente. Gemíamos y de su boca emanaba un resuello cálido que me acariciaba el cuello cada vez que la penetración llegaba a su punto álgido.
Yo saltaba como poseída contra él y…
…
Puedes leer este relato completo en TRAS LA ESTELA DE EROS. Una recopilación de mis relatos más eróticos y sensuales que te harán palpitar.
07 viernes Mar 2014
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Relato de @rgiskard1
Es de noche. Hace rato que la luz del sol nos abandonó y fue sustituida por esa oscuridad de la que somos cómplices, tan solo rota por el centelleo de unas velas que reflejan las sombras de tu figura, danzando en la pared de la habitación.
Hace un momento que dejaste deslizar tus ropas por tu cuerpo, cadenciosamente. Sin aspavientos. Te deleitabas mirando la lujuria reflejada en mis ojos, creciente a medida que desaparecía la tela que te cubría.
“Mira y no te muevas”.- me habías dicho. Y yo, obediente, permanecía inmóvil, notando cómo la excitación se iba apoderando de mi por momentos.
«De carne y sexo» pintura del chileno Christian Zamora Rojas
Te acercas despacio y te sientas sobre mis piernas. La tela del pantalón no impide que note tu incipiente humedad, y disimula de mala manera la erección que oculta. Cruzas los brazos alrededor de mi cuello y me susurras al oído “No me toques todavía”. Comienzas a besarme. Con besos cortos al principio. Besos livianos, casi frágiles, que me permiten degustar el sabor y el tacto de tus labios.
Mis manos permanecen estáticas, pero en estado de excitación. Tus pechos se pegan a los míos, permitiéndome gozar de su consistencia y tacto.
Los besos han traspasado la barrera de las bocas, y nuestras lenguas se enredan y desenredan en un bucle, alternándose con pequeños mordiscos y aprisionamiento de labios.
Haces resbalar tus brazos, hasta alcanzar mis manos y las llevas hacia tus nalgas. Las aprietas por encima y respondo agarrando tu culo.
Arqueas la cabeza, al tiempo que te aproximas más a mi, notando la verga que esconde el pantalón. Te mueves ligeramente a su alrededor, cuando mi boca se apodera de tu cuello y lo besa con lascivia y pasión.
Sujetas mi cabeza mientras vuelves a besar mi boca. Mis manos ascienden por tu cintura, con los pulgares hacia dentro, hasta llegar a la altura de tus senos. Juego a la vez con ellos y con tu espalda, gozando de la tersura de tu piel. Tus pezones se han endurecido al contacto con la yema del dedo, que los presiona y mueve en círculos.
Comienzas a desabrocharme la camisa. Tienes paciencia y te lo tomas con calma, dejando resbalar tus dedos por el vello corporal. Retiras la tela parcialmente, aprisionándome los brazos y limitando mis movimientos. Mis manos se sienten huérfanas de ti cuando desplazas tu lengua por mi cuello. Quisiera atraerte y abrazarte fuerte, pero no puedo si no ansiarte y gemir, hasta que, finalmente, me liberas de esa prisión, quintándome toda la camisa.
Te atrapo y vuelvo a besarte. Con una mano sujeto tu nuca. Con la otra acaricio, estrujo y aprisiono tu trasero. Notas mis dedos, buscando todo tipo de contacto. Moviéndose indistintamente por las nalgas, la espalda y los muslos.
Te desligas de mi beso, y buscas el cierre del pantalón. Bajas la cremallera y liberas mi falo, envolviéndolo con tus manos, que inician un suave movimiento longitudinal y ascendente.
Nos incorporamos y, como puedo, termino de desnudarme. Alejo tus manos del miembro y me arrodillo, dejando tu sexo sin protección frente a mi.
Comienzo a besar el pubis. Mis manos se pierden a tu espalda, atrayéndote. Mis primeros besos te hacen dar un respingo y separas tus piernas, permitiéndome avanzar. Mi lengua se desliza con gula, buscando tu clítoris, y paladeando el sabor de tu excitación.
Dejas la timidez a un lado y apoyas una pierna en la silla, dándome pleno acceso. Tus dedos se enroscan en mi pelo, masajeándolo y apretándome.
Juego con todo. Mis labios y mi lengua no dejan rincón sin explorar, a la vez que mis manos te magrean a discreción.
Se te acelera el pulso. Aumentan los gemidos. Tus caderas se mueven al ritmo que marca mi boca y tus manos aprisionan mi cabeza, hasta que finalmente explotas en un orgasmo embriagador. El olor de la cera de las velas, se mezcla con el aroma de tu placer.
Te recojo en brazos, y te tumbo sobre la cama, con las piernas sobresaliendo del colchón y alrededor de las mías. Te como con la vista, mientras permanezco de pie mostrándote toda mi masculinidad. “Follame” – me dices mientras tu mirada me reta.
Entro en tu interior sin resistencia, y comienzo a moverme con ansia. Te deseo tanto y me he calentado hasta tal punto, que la pasión es irracional. Una de mis manos se dedica a tus senos. La otra eleva una pierna, incrementando la superficie de contacto, mientras mi pelvis se balancea acercándome y alejándome una y otra vez.
Aprietas tu interior, y noto como mi placer va en aumento. “Para”.- gimo.- “Aún no”, pero tú no haces caso de mis súplicas y te enroscas, y aprietas y me ofreces la boca, incorporándote, hasta que no aguanto más y me derramo en tu interior.
Permanecemos así, segundos que parecen horas y minutos que son años. Todavía dentro tuya, rodamos y quedamos en paralelo, disfrutando de los últimos estertores fálicos.
Nos besamos y nos acariciamos con ternura. Durante un largo rato el único lenguaje que se escucha es el de nuestros ojos. Y el silencio solo se rompe cuando una voz dice “¿Repetimos?”
Si te ha gustado este relato, te gustará también: Tócala
22 miércoles Ene 2014
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69, cuento erótico, Erótico, erotismo, lectura erótica, libro erótico, literatura erótica, novela erótica, porno, pornografía literaria, relato erótico, sexo oral
“Uno más uno es 69″ (Raymon Quereau, escritor surrealista francés.)
Volví a despertarme, esta vez no fue el sol, sino una oleada de placer sosegado que partía de las caricias que Pedro, muy laboriosamente, me hacía con la lengua en el pubis.
Era realmente impresionante la cantidad de matices del placer que Pedro era capaz de arrancarme. En mi duermevela, dejé que siguiera con sus caricias íntimas hasta que el corazón se me desbocó y la sangre se me envenenó de ansia de él. Le aparté de mi y le arranqué los calzones. Para entonces su polla era como un calabacín fresco, enhiesta y dura, terriblemente apetecible.
Me coloqué al revés sobre él, de rodillas; de forma que él quedó acostado bocarriba con la cabeza entre mis piernas y yo, desde esa postura, pude introducir todo su miembro en mi boca y chuparlo a placer, de arriba a abajo, mientras él seguía paladeándome con labios y lengua.
Me gustaba, me gustaba muchísimo y sabía que a él también. Cada vez que su lengua recorría mi clítoris, una descarga de energía placentera circulaba por mi piel hasta instalarse en mis pezones y electrificarlos. Cuanto más me excitaba, más ganas de succionarle la verga me entraban y más rápido lo hacía; de tal forma que él iba soltado gemidos cálidos que yo sentía en el chocho y así el círculo vicioso se iba acelerando. Cada vez más excitados, nos comimos el uno al otro sin educación ni decoro. Pusimos en el plato manos, lengua y ruido.
Nuestras energías se fundieron tomando fuerza. La polla de Pedro se estaba poniendo tan dura que las venas se le marcaron de arriba a abajo. La mera idea de que me estallara en la boca me desquició; yo misma iba a explotarle a él en la cara.
Y así fue como mis convulsiones internas se tradujeron en las suyas externas. Mientras él paladeaba todo el placer que yo iba destilando, a mi se me llenaba la boca de su más íntima viscosidad, que tragaba y tragaba sin apenas dar abasto. Nos bebimos a sorbos de gozo, el uno al otro, sin tregua, sin descanso. Nos sorbimos el amor que nos sobraba para volver a reciclarlo en nuestros corazones.
Caímos rendidos el uno junto al otro. A veces creía que los excesos de temperatura a los que mi cuerpo se veía sometido por causa de Pedro no podían ser beneficiosos. Pero después me decía que mi cuerpo era fuerte y saludable y que podía aguantar tantos encuentros con Pedro como el suyo aguantara con el mío.
Fragmento del libro CAPRICHO DE PELO ROJO de Marietta Muunlaw que puedes adquirir aquí.
10 viernes Ene 2014
Posted Cuento Erótico, Relato erótico
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Relato erótico de Marietta Muunlaw.
(Va por ti, primo.)
Todos me decían que era una niña y por edad realmente lo era, pero yo me sentía una mujer. Mientras mis amigas de clase jugaban con muñecas y dormían con peluches, yo miraba a los hombres y soñaba que me arrullaban en sus brazos.
Por supuesto que no sabía nada de sexo, pero comenzaba a interesarme.
Por aquel entonces, mi primo, que me llevaba tres años, era mi mejor compañía, mucho más que la de mis hermanos. Congeniábamos y nos llevábamos bien. Además, vivía dos casas más allá y solíamos ir juntos al colegio y jugar en la calle.
Una soporífera tarde de aburrimiento decidí ir a buscarlo a su casa. Estaba solo viendo algo en la tele.
– ¿Qué estabas viendo? – le pregunté curiosa.
– Nada, una peli – contestó evasivo.
– ¿Qué peli? – insistí.
– Nada que pueda interesarte, cosas de chicos.
– Si es de chicos seguro que me interesa.
Conseguí engañarle y quitarle el mando del vídeo. Puse la película y logré entender que no quisiera contármelo. Estaba viendo una película porno, algo que yo ni siquiera sabía que existía. Me quedé con la boca abierta, llena de expectación ante las imágenes obscenas y adictivas que mostraba la pantalla.
– Haaaala – exclamé – déjame que la vea contigo.
– Mmmm – dudó, pero sabía lo testaruda que era – Bueno, vale, pero de esto ni una palabra a nadie ¿me entiendes? A nadie.
– Qué sí jolín, entiendo.
Yo por entonces creía que hacer el amor era meterse un hombre y una mujer entre las sábanas, restregarse y darse unos cuantos besitos, pero aquella película me abrió los ojos a un mundo apasionante.
En la tele se mostraba cómo la mujer le comía un pene descomunal a un hombre totalmente depilado. Me moría de la curiosidad y, como teníamos confianza, quise saciar mi curiosidad haciéndole preguntas a mi primo.
– Oye ¿tú la tienes así?
– ¿Así cómo?
– Así de grande y de pelada.
– ¡Qué va! Los actores porno siempre tienen una polla gigante, los tíos normales la tenemos más… normal. Además, a mi aún me tiene que crecer. Y pelada… no, pero tampoco tengo mucho pelo ahí, todavía.
– Oh ¿y qué le va a hacer ahora él?
– Le va a comer el conejo, a las tías parece que les gusta mucho, o eso parece en las pelis ¿Ves? Mira qué cara pone y cómo gime.
– Me están entrando cosquillas ahí – reconocí abiertamente con toda mi inocencia.
– Sí, a mi también – contestó él, también inocente.
– ¿Y ahora? ¿Qué hacen? – no me podía creer que lo que sucedía en la pantalla. El hombre metió su polla en el conejo de ella, era algo… totalmente nuevo para mi.
– Pues están follando, haciendo el amor, eso es lo que hacen los mayores por las noches.
– ¡Qué fuerte! ¿No?
– Les gusta mucho, debe estar guay.
– Sí, debe ser muy chulo. ¿Tú has hecho eso? – me parecía que sabía demasiado del tema.
– ¡Qué va! ¿Cómo voy a follar yo a mi edad? Eso es cosa de mayores, lo que pasa es que he visto la peli varias veces. Se la pillé a mi hermano, pero no digas nada ¿eh?
– Que noooo, pesado.
Me estaban entrando unas cosquillas tremendas entre las piernas, era algo radicalmente nuevo. Me dieron ganas de tocarme, pero me contuve. En el fondo deseaba ser yo la mujer de la pantalla, notar cómo me penetraba una polla así de grande y poner las mismas caras de placer que ponía la tipa. Fue cuando se me ocurrió la idea. Lo miré con mi cara de inventar trastadas y se lo pregunté.
– Oye ¿y si probamos nosotros?
– ¿Hacer… eso?
– Sí, no sé, por ver como es.
Vi cómo su cara se desfiguraba un poco, creo que se debatía entre si decirme que sí o que no. Estaba tanteando dentro de su mente si aquello estaba bien o mal. Le di otro empujoncito.
– Si no nos gusta a alguno de los dos pues lo dejamos y ya está. Parece que a esos de la peli les está molando un montón – le dije persuasiva.
– No sé tía, es que igual no está bien.
– ¿Qué hay de malo?
– Es que en mi clase no lo ha hecho nadie aún.
– Es que no tenemos que decírselo a nadie.
En ese momento de la película, el hombre penetraba con ansia a la mujer y las caras de ambos eran todo un poema de placer. A los primeros planos de las caras se le iban intercalando planos cortos de la penetración en sí: la polla saliendo y entrando del chocho mojado, así como el movimiento bamboleante de las tetas de ella con cada envestida.
Mi primo miraba la tele, luego a mi. Tiempo después supe que estaba casi tan excitado o más que yo.
– Venga vale, vamos a probar, pero si te hago daño paramos.
– Ok, o si te hago daño yo a ti.
Me quité las braguitas y me subí la falda del uniforme del colegio, dejando entrever mi pubis de bello incipiente. Él se quitó los pantalones y los calzoncillos y pude contemplar, por primera vez…
Puedes leer este relato completo en TRAS LA ESTELA DE EROS. Una recopilación de mis relatos más eróticos y sensuales que te hará palpitar.
26 jueves Dic 2013
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Volví con el postre y ya no estaba. Escuché un leve acorde que procedía de la habitación del fondo; ese cuarto lleno de trastos, libros y cables donde componía, estudiaba y hacía mi vida en realidad.
Se encontraba sentada en el sofá destartalado que estaba situado bajo la ventana, ese del que había despertado una y mil veces después de una madrugada de intensa creatividad.
Se había desnudado por completo y, con mi guitarra sobre sus rodillas, apoyaba su linda carita de niña revoltosa en su caja de resonancia, como con sueño. La luz de la luna se colaba caprichosa, tamizada por la cortina, e iluminaba su piel blanca de algodón virgen, así como la piel de miel densa del instrumento.
Sus ojos de hielo frío, de un azul de fuego fátuo, evanescentes, me atraparon desde la penumbra.
– Tócala – dijo y su voz, no sonó a su voz, sino a la mía, la que uso para hablarme a mi mismo a diario.
Tócala – repetí mentalmente y no supe responderme a mi mismo si se refería a mi guitarra, como tantas y tantas noches, o a ella.
Ese día perdía el instrumento. Acaricié despacio el contorno suave de la madera fría de la guitarra, pero la miraba a ella y ella me miraba a mi y el deseo le bullía en los ojos. Se le escapó un suspiro apenas imperceptible. Yo notaba el calor tibio de su cuerpo y el sutil aroma que desprendía.
– Tócala – volvió a decir – yo no sé.
Y me seguía pareciendo que se refería a ella misma, pero no, hablaba de la guitarra. Me situé tras ella, y abrazando a ambas, agarré el mástil y las cuerdas. Con mi pecho aprisionando su espalda desnuda, apoyé la barbilla en su hombro y arranqué al instrumento una melodía lenta y sugerente. La música hizo vibrar la caja de resonancia y el cuerpo de ella, como si fueran uno, como si se hubieran fundido.
No supe qué era madera y qué era piel. No supe de quién surgía la música, si de ella o del instrumento. No supe a quién le haría el amor esa noche, si a la chica o a la guitarra.
Me dejé llevar por la magia de la melodía, del vino, de la oscuridad, de su aroma… y toqué lo que ya hoy ni me acuerdo que toqué. Solo sé que un mechón de su pelo dorado me rozaba la mejilla y que su cuello me estaba invitando a una mordida intensa. Sin dejar de hacer la música acerqué mis labios a su hombro y lo lamí como si fuera un manantial de aguamiel. Ella suspiró y se retorció bajo mi abrazo. Deslicé mi boca hasta su cuello dejando un rastro de saliva que me olía a promesa. Mis labios ardientes se encontraron con los suyos, que hervían, si cabe, aún más que los míos. Nos dimos un beso denso y eterno de lenguas perezosas y dientes ansiosos. Mis manos seguían desgarrando las cuerdas en una melodía con sentido, lo sé porque escuchaba la música, pero mi mente andaba perdida, deambulando en la magia de su aliento.
Aliento que me tragaba a borbotones cuando no le insuflaba yo el mío. Sus manos delicadas de dedos finos pero firmes, fueron subiendo hasta mi entrepierna, fue cuando las mías se quedaron mudas. Le fui infiel a mi guitarra, sabía que eso sucedería desde el momento en el que entré en aquella habitación de hechizos contenidos. La dejé en el suelo.
Sin dejar de besar a la beldad de cuello sugerente, deslicé mi mano desde su vientre hasta su secreto húmedo de sal y limón y lo encontré derritiéndose de placer. Gimió, esta vez más fuerte, y se retorció sobre sí misma como una gatita que ronronea.
Pero no era una gata el monstruo que albergaba en su interior, llevaba en el cuerpo una verdadera pantera, ardiente y fogosa, que casi me devora sin dejar de mi más que el dolor del recuerdo de esa noche tan especial.
Se volvió clavándome sus zarpas y me obligó a tumbarme en el sofá, donde me abrió la camisa de un desgarro que hizo saltar los botones. Me bajó los pantalones y así, ella desnuda por completo y yo medio vestido, me cabalgó como la amazona incansable que era, mientras bebía de mi saliva y me mordía los labios.
Cuanto más se movía, menos hálito me quedaba y más intenso era el placer que me proporcionaba. Empecé a temer por mi agitado corazón, pero pronto entendí que se estaba desbocando para deshacerse de las penas acumuladas durante años.
Mis ojos no se podían desprender de su mirada hipnótica de bruja de las cavernas, esa muchacha no podía ser real y, si lo era, no podía ser de este mundo.
Pensaba esto y su rostro es desfiguró en una mueca extraña y en un abrir de boca desproporcionado. No gritó, lo suyo eran aullidos locos de placer profundo. Un placer que parecía proceder de las mismísimas entrañas de su tierra húmeda.
Pero no se detuvo, en lugar de eso, continuó bailando conmigo dentro, a un ritmo más exacerbado. Y el ritmo de su caja de resonancia me arrancó a mi mismo tremendos espasmos de deleite, que dispararon al interior de su carne latente. Me vertí en su interior y me perdí para siempre.
Fui incapaz de olvidarla. Cada vez que toco la guitarra mis manos recuerdan sus contornos. A veces pienso que toda la música que creo desde aquella noche, es solo para ella.
26 jueves Dic 2013
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La mansión de los condes de Peñáriel encierra, desde tiempos inmemoriales, misterios sobre pasiones, erotismo y perversión. Todos más allá del condado hablan de lo que allí sucede, pero pocos conocen realmente lo que ocurre en el interior de sus muros.
Melibea, una ingenua y joven muchacha de aldea, entra a servir como criada en el castillo Peñáriel, donde descubrirá los placeres del sexo y del amor, así como los sinsabores de una vida de arduo trabajo y servidumbre. Su belleza, singular y explosiva, la convierte en el objeto de deseo de varios de los habitantes de la mansión.
Capricho de Pelo Rojo es, ante todo, una historia de amor intenso y de descubrimiento del deseo carnal. Pero en esta novela también se entretejen, varias tramas de pasión, venganzas, romances y traición, que la hacen amena y muy, muy caliente.