Etiquetas
cuento erótico, ebook, Erótica, Erótico, lectura erótica, libro erótico
TRAS LA ESTELA DE EROS, RELATOS PARA PALPITAR.
27 martes Ene 2015
Etiquetas
cuento erótico, ebook, Erótica, Erótico, lectura erótica, libro erótico
TRAS LA ESTELA DE EROS, RELATOS PARA PALPITAR.
30 jueves Oct 2014
Posted Erotismo, libro erótico, Literatura erótica
inEtiquetas
blog de libros, bloguer, bloguera, lectores, reseña, reseña literaria
Hola, amigos, varios blogs han reseñado mi libro TRAS LA ESTELA DE EROS, ya sabéis, mis relatos para palpitar, de esos que últimamente hago tanta promoción (me perdonáis, por fa). Sin embargo, hay una reseña que se ha hecho con un cuidado especial y me ha emocionado mucho. Es la de Mari Lola López:
Casi todos los relatos tienen encuentros sexuales, algunos son más fuertes y otros más suaves. Unos utilizan palabras delicadas y otras palabras más lúbricas. También tenemos situaciones entrañables, donde la magia se apodera de nosotros. Es la esencia del libro además de la versatilidad de la escritora para hacerlos totalmente diferentes y originales, tocando varias historias que nos puede pasar a cualquiera. Desde perder la virginidad a hacer una locura por “amor”.
¿Cómo no me voy a emocionar con estas palabras de una devoralibros? Ains. Pero hay más:
Es un libro que se lee en menos de lo que canta un gallo, totalmente entendible que te hace pasar un rato encantador, con una escritura que te envuelve y te revuelve. Que te atrapa a un mundo donde el sexo es lo más atrayente del mundo. En definitiva un libro que te hace palpitar.
Os dejo el enlace por si queréis ver al completo lo que una gran lectora opina:
Y si te apetece leer el libro pasa por aquí: https://mariettamuunlaw.com/comprame/
10 jueves Jul 2014
Posted Arte erótico, Erótico, Erotismo, Erotizar, Literatura erótica, poerotic, poesía erótica
inEtiquetas
cuento erótico, Erótico, erotismo, literatura erótica, onanismo, poerotic, poesía erótica
Poesía erótica de Manuel del Cabral
Pintura de Marigela Pueyrredon
Yo soy el sexo de los condenados.
No el juguete de alcoba que economiza vida.
Yo soy la amante de los que no amaron.
Yo soy la esposa de los miserables.
Soy el minuto antes del suicida.
Sola de amor, mas nunca solitaria,
limitada de piel, saco raíces…
Se me llenan de ángeles los dedos,
se me llenan de sexos no tocados.
Me parezco al silencio de los héroes.
No trabajo con carne solamente…
Va más allá de digital mi oficio.
Pintura de Manolo Gallardo
En mi labor hay un obrero alto…
Un Quijote se ahoga entre mis dedos,
una novia también que no se tuvo.
Yo apenas soy violenta intermediaria,
porque tambien hay verso en mis temblores,
sonrisas que se cuajan en mi tacto,
misas que se derriten sin iglesias,
discursos fracasados que resbalan,
besos que bajan desde el cráneo a un dedo,
toda la tierra suave en un instante.
Pintura de Salvador Dalí
Es mi carne que huye de mi carne;
horizontes que saco de una gota,
una gota que junta
todos los ríos en mi piel, borrachos;
un goterón que trae
todas las aguas de un ciclón oculto,
todas las venas que prisión dejaron
y suben con un viento de licores
a mojarse de abismo en cada uña,
a sacarme la vida de mi muerte.
Es un bello poema de Manuel del Cabral. Espero que te haya gustado; es una visión muy personal –y poética– sobre el onanismo.
Puede que te guste este otro post sobre canción dedicada al onanismo.
04 viernes Jul 2014
Etiquetas
amor sucio, cuento erótico, Erótico, erotismo, literatura erótica, pornografía literaria, Realismo sucio, relato erótico
Relato by Marietta Muunlaw
Mi particular y humilde homenaje a Charles Bukowski y a su realismo sucio.
Retrato de Bukowski
Amalia era una puta que pasaba los cincuenta años y los noventa kilos. Menuda, oronda y algo marrana, ya apenas contaba con clientes y los que tenía le pagaban con botellas de whisky. Porque Amalia le daba a la bebida para que su mundo le fuera más confortable.
Aquella noche se había acabado la última gota de la última botella y creía que sería la última noche de su vida como no consiguiera bebida. Eran las dos de la madrugada y ya no había nada abierto y aunque lo hubiera, no le quedaba ni un duro.
Pintura de Lucian Freud
No estaba lo suficientemente borracha como para caer sobre el colchón y morir hasta el medio día y, lo que era peor, su mente aún era capaz de dictarle lo mal que le había ido en la vida. Se sentó frente al televisor y se engañó bebiendo vino barato de cartón, de ese que había quien no era capaz de usarlo ni para cocinar.
Llamaron a la puerta y, arrastrando los pies, fue a ver quien cojones era.
El del segundo b, un escritor borracho y drogadicto cuya vida iba aún peor que la suya.
–Mi querida Amalia, bella entre las bellas, vengo a comerte el coño –iba tan bebido que deformaba las últimas sílabas alargándolas.
–Lárgate Chinaski, ni en tus cuentos más guarros follabas hoy.
El escritor se había plantado frente a su puerta con una bata de invierno oscura, sucia y repleta de bolas; sin nada debajo. Era incapaz de mantenerse recto por la cantidad de alcohol que debía de correr por sus venas y se apoyaba en el quicio de la puerta para sostenerse. Venía descalzo y entre las abotonaduras de la bata sobresalía su endiablado percebe púrpura y palpitante pidiendo candela. Amalia lo miró de arriba abajo deteniendo sus ojos en aquel pollón que parecía avivarse con las borracheras. Pero aquella noche solo le apetecía beber, no follar, ni siquiera por caridad.
Ilustración de Andrés Casciani, inspirada en los escritos de Bukowski
–Venga, Amalia, sé que la has echado de menos –movió las caderas hacia los lados y la polla penduló triunfante, gorda, surcada por una vena negra a punto de reventar. Casi se cae al suelo, pero consiguió anclarse al marco de la puerta.
–No tengo el chocho para farolillos, Chinaski; vete de putas.
–Ni las putas me quieren, Amalia, eres la única princesa que me deja comerle el coño –como elemento triunfal sacó la otra mano que llevaba a la espalda y en la que llevaba una botella de whisky sin abrir, de las medio buenas. A Amalia se le abrieron mucho los ojos y un poco la entrepierna.
–Anda, pasa bribón, pero que conste que no me lavo el coño desde hace dos días y no voy a hacerlo ahora por ti.
–Bueno, yo no me lavo los dientes desde hace… ¿tres años? Puede que más… –sonrió enseñando una dentadura amarillenta y hedionda más digna de un cadáver que de un hombre vivo.
Amalia fue a la cocina y el invitado pudo contemplar la figura carnosa de su vecina embutida en un camisón de raso azul. Llevaba la redecilla de los rulos sobre la cabeza y sin saber porqué se le puso aún más dura. Ella se desplazaba por el pasillo arrastrando los pies y moviendo la grasa de su culo con pereza. Volvió con un par de vasos de duralex rayados donde sirvió el whisky caliente y ambos lo bebieron de un trago. Sirvió otros dos vasos que tragaron algo más despacio, sentados en los sofás hundidos y mugrientos, sin decirse nada.
Ilustración de Andrés Casciani inspirada en los escritos de Bukowski
Luego se fueron a la habitación y se tiraron a la cama deshecha de la que saltaron de mala gana un par de gatos romanos, tísicos y mugrientos . Chinaski le quitó las enormes bragas y le subió el camisón hasta el cuello. Le gustaban sus tetas inmensas y sebosas, aunque si hubiesen sido menudas le hubieran gustado igual. Mamó de ellas como si emanaran alcohol y después se bajó al coño. Tuvo que apartar con las manos la mata de pelo negro, fuerte y rizado que custodiaba aquel agujero del placer, pero, una vez encontrado, se deleitó en las mieles de Amalia, a la que, después de una rato, pareció empezar a gustarle. Cuanto más se mojaba la mujer más cachondo se ponía él, hasta que no pudo más y se la metió de golpe y hasta el fondo sin haberse quitado la bata. Pero por más larga y dura que la tuviese, el coño de Amalia era una cueva sin fin donde podía deleitarse el tiempo que quisiera y con la fuerza que quisiera.
Borrachos los dos, follaron como salvajes y se divirtieron como adolescentes. Entre orgasmo y orgasmo se servían más whisky hasta que cayeron, más ebrios que exhaustos, en un sueño pastoso y profundo.
Despertaron sobre las tres del medio día con truenos en la cabeza, la boca seca y la lengua de lija. Chinaski se puso la bata y se dispuso a marcharse.
–Anda borrachuzo –pidió quejosa Amalia– ponme otro vaso de whisky y méteme ese percebe endiablado que te cuelga entre las piernas una vez más, luego te largas y no vuelvas en tu puta vida.
Él sonrió, le sirvió un vaso que estaba en la mesilla y lo que quedaba en la botella se lo bebió a gallete y de un trago. Fue entrar en contacto el alcohol en su lengua y ponérsele más dura que un palo de escoba. Le abrió las piernas y acabó su tarea.
Sabía que estaba loca por él y que volvería a correrse entre sus carnes fláccidas las veces que quisiera. Solo tendría que llevar whisky.
Fotografía de Charles Bukowski
Si te ha llamado la atención este relato, por favor, compártelo en tus redes. Me ayudas.
¿Y qué tal si te erotizas con esto? Mucho sexo, ¿te atreves?:
05 jueves Jun 2014
Posted Literatura erótica, poesía erótica
inEtiquetas
Excelente poema ganador del Segundo Encuentro de Poesía Erótica Poerotic : http://poesiaeroticatwitter.blogspot.com.es/2014/03/ganadores-de-poerotic-en-marzo-2014.html
Ella creía ser una Diosa.
Divina, elegante, presuntuosa
ojos de mar y esmeralda
cabello color Marte
boca gruesa y escarlata
iridiscente piel marfil.
Él tan sólo un mortal hombre
rudo, robusto y viril
pupilas profundas y brillantes
manos ardientes y gigantes
barba y cabello color fuego.
Detrás de sus ojos respiraba
haciendo temblar su espalda de cristal
penetra el aura de la Diosa
deslizándose sedosa entre sus dedos
convirtiendo su orgullo en divino placer.
Las delicadas sedas van cayendo…
Bajan las manos sutiles como aves
por su vientre suave y caliente.
Sus ojos quedan extasiados
al ver que de su pubis nacía el sol.
Sus manos corren por su cuello
tomándola con fuerza del cabello
sus rizos de fuego arden en sus dedos.
Certero e hirviendo la penetra
meciendo a la Diosa hasta los cielos
se hunde firme, ella lo recibe y lo aprieta.
En espasmos y gemidos se…
Ver la entrada original 74 palabras más
02 viernes May 2014
Etiquetas
amor fugaz, cuento erótico, Erótico, erotismo, literatura erótica, relato erótico, sexo en playa, sexo mar
Relato erótico by Marietta Muunlaw
Pintura by Antonio Callau
Llevaba todo el verano cruzándome con ella. Cuando yo iba, ella volvía. Siempre era así. Daba igual a qué hora saliera; retrasara o adelantara el reloj me la cruzaba de frente.
Me gustaba correr, lo hacía por diversos motivos, el primero porque quemaba esa energía interna que bullía en mi interior y de la cual debía desprenderme al acabar el día si no quería que me burbujeara por dentro toda la noche; el segundo porque me relajaba y me hacía sentir bien, física y mentalmente; y el tercero por mera estética. Gracias a que salía a correr a diario tenía el cuerpo musculado y perfecto que tantos buenos ratos me había hecho disfrutar de la compañía femenina.
Tenía la inmensa suerte de vivir en una costa aún sin urbanizar del todo, a través de la cual discurría un camino de tierra, paralelo al mar, ideal para correr durante seis kilómetros rodeado de palmeras y playas vírgenes.
Ella también disfrutaba corriendo, se le notaba en la cara de concentración que ponía cada vez que me la cruzaba. La veía desde lejos, una figura esbelta de piernas largas y carne prieta, coronada con una cola de caballo rubia. Aunque lo había intentado, nunca podía evitar quedarme mirando el bamboleo rítmico e insinuante de sus grandes pechos, como bolsas de agua compactadas bajo un sujetador de deporte de los fuertes – pensé la primera vez. Solo cuando estábamos a menos de tres metros de distancia la miraba a los ojos, que eran del mismo color azul que la bahía al amanecer. Ella me devolvía esa mirada fugazmente, como un regalo, y yo siempre, siempre, me quedaba enganchado a ella.
Vestía mallas negras y cada día una camiseta de algún color llamativo: verde, azul, amarillo o naranja. Era demasiado guapa para soñar siquiera con ella, una diosa sudada que desbordaba erotismo y sensualidad a cada zancada que daban sus delicados pies. Desde lejos parecía como si se desplazase flotando, como si sus zapatillas de deporte no llegaran a tocar realmente el suelo de arena roja.
Durante el verano era normal encontrarse a diario con varias personas haciendo footing por esa zona, pero aquel día era ya mediados de septiembre y los únicos veraneantes que quedaban eran los de la tercera edad y ellos no solían llegar tan lejos caminando.
En mi intento de superación personal había estado forzando demasiado a mi cuerpo y esa tarde me dio una pájara. No pude seguir y tuve que parar. Sabía que me enfriaría si me sentaba pero la tarde llegaba al ocaso y el mar se lucía tranquilo y naranja. No pude evitar sentarme en la playa, apoyado en el tronco de una palmera de dimensiones escalofriantes, descalzarme e introducir los pies y las manos en la arena aún tibia. Miré al horizonte extasiado, respiré la suave brisa que ya traía un ligero matiz oloroso a otoño cálido y escuché con deleite las olas apagadas que lamían perezosas la arena amarilla de la playa.
La luz se fue apagando y yo seguía sin ánimo de levantarme, suspendido entre tanta belleza. No sabía que lo mejor de aquel día, que ya moría, estaba a punto de suceder.
A apenas unos diez metros llegó ella, se descalzó y, después de unos breves estiramientos y unas respiraciones profundas cara al mar, comenzó a desprenderse con lentitud casi mística de la ropa que la cubría. Sus movimientos eran concatenados y fluidos, como si para algo tan cotidiano como desnudarse estuviera realizando una hermosa danza ritual; era su forma natural de moverse por el mundo.
No pondría una mano en el fuego pero estoy casi seguro de que no me había visto, no en ese momento.
Se aproximó despacio a la orilla, totalmente desnuda y, sin detenerse ni un instante a comprobar si el agua estaba fría, introdujo su cuerpo de deidad mística en un Mediterráneo encantado de engullir a semejante beldad. Nadó con brazadas lentas y cuando se zambulló, su culito apretado y perfecto se fundió por unos instantes con los últimos rayos de sol sobre el horizonte.
Me levanté rápido ante lo que creí que era una alucinación, recriminándome a mí mismo el disfrute que me provocaba aquella mágica visión y dispuesto a largarme para no verme envuelto en la agonía de seguir mirando lo que no podía tocar.
Fue cuando creo que me vio realmente, clavó sus ojos azules, refulgentes, en mí y yo me quedé de piedra. Del agua sobresalía tan solo su cabeza, sus hombros y unos pechos flotantes como boyas, cuyos pezones endurecidos también me miraban fijamente.
Cierto que no escuché voz alguna, pero sus ojos me ordenaron un VEN escueto que no admitía un no por respuesta, justo antes de desaparecer bajo la superficie. Jugueteó bajo el agua como los delfines hacen en las playas solitarias en invierno, saliendo y entrando del agua con pequeñas cabriolas de ángulos curvos. Sin duda me incitó a sumergirme en su juego y no fue difícil convencerme dado mi interés por sumergirme yo en ella.
Me desprendí con torpeza de mi ropa deportiva y entré en el agua fresca con mi cuerpo hirviendo pero ella no estaba. La busqué con la mirada pero el mar la había engullido. Iba a sumergirme para buscarla temiéndome lo peor cuando unos brazos delgados rodearon desde atrás mi torso en un abrazo firme. Pegó a mi espalda sus maravillosos pechos que se aplastaron contra mi musculatura mientras que sus pezones duros se me clavaban insinuantes en la piel. Sus piernas también me rodearon la cintura y entre mis nalgas sentí el calor chispeante de su intimidad más fogosa. Me mordió el hombro sin piedad y sin permiso manoseo mis pectorales y abdominales, duros como todo mi ser en aquel momento.
Hincó sus uñas en mi carne y sus dientes mordieron mi cuello hasta el punto que creí que me haría sangrar. Yo quería tocarla pero se había agarrado a mi con la fuerza de un parásito que me inoculaba un deseo irrefrenable de ella.
Me lamió la oreja con intensidad y puede escuchar en mi oído interno sus jadeos de animal fogoso…
…
Puedes leer este relato completo en TRAS LA ESTELA DE EROS. Una recopilación de mis relatos más eróticos y sensuales que te hará palpitar.
¡Ya a la venta! ¡¡QUIERO LEERLO!!
12 sábado Abr 2014
Etiquetas
Erótico, erotismo, lectura erótica, literatura erótica, poesía erótica
Poesía erótica ganadora (3º) del primer encuentro de Poesía erótica #Poerotic.
«Entera te quiero» by @KiriosLine_
Entera te quiero, Musa,
cama transmutada
silueta,
almohada,
orillas bordadas
riberas ardientes
carne en llamas
boca, escafandra,
brazos con alas.
Musa, te quiero entera
porque eres mi cielo
y yo soy tu Poeta.
Te quiero entera
arco, saeta
tifón, mar, viento,
a veces infierno,
comezón, ardor
fuego,
llama, pasión;
tu Poeta soy yo,
me quemas entero.
Por eso te quiero, Musa,
te quiero entera;
entera te quiero,
escaramuza, celos
verbo, adverbio, letra,
pantaleta, silencio,
humedad, pelos,
sudor, olor, color
de trufa, Musa,
trofeo
para un Poeta
que te quiere entera
y a quien tú quieres entero.
Toda la información sobre el I Encuentro de Poesía erótica #Poerotic, organizado por Alix Pantelix
30 domingo Mar 2014
Etiquetas
amor fugaz, cuento erótico, Erótico, erotismo, lectura erótica, literatura erótica, onanismo, relato erótico, romance
La sensual Janet Leigh en Sed de mal (Orson Welles, 1958).
Sonó el teléfono y, aunque estaba acostumbrada a llamadas de todo tipo, aquel día era tarde y me cogiste con la guardia baja. No te conocía, jamás había hablado contigo ni tan siquiera sabía tu nombre.
Pero la magia de tu voz me rodeó como halo de sensualidad difuminada y yo me quedé dentro, esperando deshacerme en aquella penumbra que me hizo temblar. Tu voz era profunda y ardiente; era, grave, sonora… cálida y embriagadora; penetrante como el rugir de trueno lejano, que se escucha bajo el confort de las mantas en una noche de tormenta.
No supe muy bien qué decir, solo sabía que no quería que dejaras de susurrarme al oído, de acariciarme la oreja con tu aliento húmedo, de meterte dentro de mi por el conducto auditivo. Continuaste hablando. No te entendía, solo escuchaba el torrente de agua tibia que salía de tu garganta como oleaje sereno. Seguías diciéndome algo, ¿qué más daba mientras continuara el hechizo?, mis sentidos estaban atentos a todas las sensaciones físicas que me causaba tu conversación insaciable.
Sin ser muy consciente de ello, una de mis manos se deslizó bajo la falda y…
…
Puedes leer este relato completo en TRAS LA ESTELA DE EROS. Una recopilación de mis relatos más eróticos y sensuales que te harán palpitar.
21 viernes Mar 2014
Posted Literatura erótica, Relato erótico
inEtiquetas
amor, Erótico, erotismo, lectura erótica, literatura erótica, pornografía literaria, relato erótico
Relato de Erica Jade
Medio desnuda. Sólo mi quimono corto de seda, el que tanto me gusta llevar en casa, y un pequeño tanga me cubren. Satisfecha. Saciada. Con una sonrisa de oreja a oreja porque aún le tengo en casa, y aunque cansado, sé que todavía está listo para algo más de este juego delicioso al que hemos estado jugando las últimas cuatro horas. Ha llegado después de semanas sin vernos con su misma actitud de siempre, pagado de sí mismo y con esa media sonrisa con la que parece estar guardando un secreto, algo que sólo él decide cuándo mostrar. Siempre me recuerda a un niño juguetón y codicioso que guarda su chocolatina favorita para decidir quién se merece compartirla.
Lo he dejado en la cama ronroneando, sin querer levantarse, perezoso, estirándose como un gato, y yo he puesto música tranquila que me resulta muy sensual y con la que a cada suave movimiento de mi cuerpo la seda me acaricia. Estoy preparando un batido de frutas que nos reponga del esfuerzo, pero mis sentidos están tan alerta que me olvido de lo que escucho sintiendo resbalar el zumo de los kiwis que tengo en las manos. Empiezo a cortar en pedacitos, despacio, para alargar la sensación del líquido resbalando entre mis dedos. Noto sus brazos alrededor de mi cintura y por encima de mi hombro le siento mirar lo que hago, cómo juego tocando la fruta y los regueros del zumo se deslizan bañando mi mano con riachuelos verdes.
El sentirlo pegado a mí me llena de nuevo de esas emociones de las que mi cuerpo sigue bebiendo y disfrutando. La espera fue tan larga que la vibración corporal no termina de decrecer, se mantiene a un nivel que no somos capaces de disimular. Siento sus manos en mis caderas y su boca en mi cuello, intentando imitar con la lengua el efecto del zumo de la fruta en mis manos. Mi respiración se altera y siento mi boca abrirse, casi pidiendo en voz alta mientras cojo la sandía que tengo preparada. El zumo es rojo ahora, noto el líquido entre mis dedos, de nuevo, a la que vez que siento los suyos aflojando un poco el lazo y abriendo lo único que me cubre. Sus brazos me rodean de nuevo, pero esta vez cada una de sus manos se aventura hasta uno de mis pechos. Se posan, acarician, masajean, pellizcan y por un momento dejo mi tarea, me dejo caer sobre él apenas lo suficiente para volver a concentrarme en sentirle.
Se pega a mí y me giro buscando su boca. Vuelve a regalarme sus besos mordisqueando los labios y jugando un poco con su lengua. Aprovecho que está zalamero para jugar un poco con la fruta que tengo en las manos y meto un trocito de sandía entre nuestros labios. Los dos mordemos, hasta chupamos un poco intentando evitar el desperdicio del zumo pero no es posible y la risa se mezcla con las lenguas y la sandía. Me gira del todo y decide disfrutar del trozo de fruta que aún sostengo, aunque no sabría decir si en ese instante le gusta más la fruta o mi mano pues va lamiendo mis dedos, sujetándolos, mientras va deshaciendo la fruta en su boca y su lengua se encarga de limpiarme despacito, saboreando cada pequeña parcela de piel. Me ha buscado la mirada, esa mirada que me suele hipnotizar, con la que siempre consigue ponerme algo nerviosa, y que me reta esta vez.
16 domingo Mar 2014
Etiquetas
amor, amor fugaz, cuento erótico, encuentro casual, Erótico, erotismo, lectura erótica, literatura erótica, relato erótico, sexo en tren
Siempre me ha gustado el traqueteo del tren. Ese movimiento rítmico que se mete en el cuerpo y te acuna desde dentro. Me encanta apoyar la cabeza en la ventana y ver el mundo pasar, como si fuera el resto lo que se mueve, mientras tú permaneces inmóvil. Cuando viajo – especialmente en tren – mi mente también se desplaza para mostrarme nuevas historias que escribir.
Ese día se me mostró una muy clara y, por supuesto, me mojé. Había visto a un muchacho, bastante más joven que yo, esperando frente a mi a que llegara el tren. Era alto y fuerte, tenía pinta de deportista de gimnasio. Vestía de gris, ropas cómodas de algodón, y escuchaba música. Me miraba de reojo. Yo leía haciendo caso omiso, pero su boca de princesa de cuento, sonrosada, brillante y ávida, me llamó la atención.
Lo desnudé con la imaginación y pensé en lo mucho que podría enseñarle a ese yogurin, potente y sediento de sexo, las delicias que había aprendido en mis viajes exóticos. Puedo oler la testosterona a kilómetros y ese chico la destilaba.
Allí, apoyada en la ventana del vagón cuatro, mi mente volvió a su cuerpo, a desnudarlo con parsimonia, a recorrer con mis manos blancas la musculatura de su espalda; con mi lengua su oreja; con mis labios su príapo duro como madera joven. Mi imaginación se quedó allí, arrodillada frente a él, agarrando con las uñas su trasero y apretándolo como masa compacta, atrayendo hacia la profundidad de mi boca su carne endurecida. Succioné con fuerza, él se dejaba hacer – faltaría más, era mi ensoñación, – y se lamía los labios mientras sus ojos se cerraban mostrándome un gesto de placer absoluto.
Cuando noté que me estallaría paré, pretendía torturarlo, dejarle indefenso ante el placer inminente que no llegaría, no en ese momento. Pero no soy tan mala. Lo senté de un empujón en el asiento del tren. Me subí la falda hasta la las caderas y me desprendí del tanga negro, apenas una tira de tela y caro encaje.
Me senté sobre él dándole la espalda. Él introdujo sus manos grandes, de dedos gruesos bajo mi blusa y me acarició los pechos abundantes y pesados. Me pellizcó los pezones mientras restregaba mis pétalos húmedos contra la longitud de su tallo sin tenerlo aún dentro.
Sus manos abandonaron el escote y marcharon a la cintura, en la que se agarraron fuerte para elevarme como si no pesara nada. Con gran maestría me volvió a bajar sobre sí, encajando a la perfección su erección con mi hueco de los deseos. Me dejó caer y la gravedad hizo el resto. Un frenesí loco se apoderó de mí, que empecé a saltar sin mesura ni prudencia, sobre su órgano más potente. Gemíamos y de su boca emanaba un resuello cálido que me acariciaba el cuello cada vez que la penetración llegaba a su punto álgido.
Yo saltaba como poseída contra él y…
…
Puedes leer este relato completo en TRAS LA ESTELA DE EROS. Una recopilación de mis relatos más eróticos y sensuales que te harán palpitar.