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Stephen L. Haynes

Relato del escritor David Fouler

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Su melena cubría toda la almohada, era irreal, flotaba sobre ella como si alguien la hubiese colocado así a propósito, ¿cómo puede algo ser tan hermoso? El capricho de las sábanas esquivas hacía intuir las líneas de su cuerpo desnudo. Mostraban tan sólo lo necesario para sentir como un regalo ese momento previo a que despertase.

Esa fue la primera vez que estuvimos juntos, desde entonces nunca pude olvidar el recuerdo de ese pelo rojo en contraste con su blanca piel, el misterio de esos labios perfectos que conservaban el carmín de la noche anterior y parecían inmunes a mis besos; como si durmiesen en la pureza de un sueño que yo no era capaz de manchar.

Los pómulos de la chica del pelo rojo son dos manzanas de las que nunca te ves saciado, ella lo sabe y se aprovecha de ello para pedirme cosas. ¿Quién no querría mordisquear esos pómulos eternamente?
Una cosa que me gusta de la chica del pelo rojo es que ella me besa los ojos, es extraño, nadie me había besado los ojos, a ella le gustan y cuando hacemos el amor me los besa. Y lo hace despacio, poniendo todo su ser en ello, como si besarme los ojos fuera la mayor prueba de amor.